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¿Y si la música es la solución?

“La música, estrictamente, no es un medio de intuir ideas, sin embargo, es el mejor modo de entrar en contacto con la verdad. No imita ni reproduce ideas sobre la esencia del mundo: ninguna puede serle atribuida, pues es demasiado genérica e inconcreta. Y, sin embargo, dice Schopenhauer, ‘repercute en el hombre de manera tan potente y magnífica, que puede ser comparada a una lengua universal, cuya claridad y elocuencia supera a todos los idiomas de la tierra”.Vidal Peña Oviedo, 1978


A pesar de dedicarme a la creación audiovisual mi percepción auditiva es predominante, por tal motivo, prefiero escuchar las noticias por la radio en lugar de verlas en la televisión; como no estoy observando las imágenes, las recreo en mi mente y causan un impacto mayor. Debo admitir que me afecta profundamente, incluso más de lo que quisiera, todo esto que sucede en el planeta y en mi país; hago esfuerzos por no alejarme de la realidad aunque a veces me gustaría. Luego recapacito y pienso que no puedo ser indiferente, paso el día meditando sobre las dificultades que otros tienen, aquellas que hacen parecer insignificantes las mías. Las imágenes rondan mi mente, y el soundtrack de esas vidas se traslada a la mía.

Una madrugada en medio del insomnio, cometí el error de profundizar en el tema de los ataques con armas químicas que afectan a personas inocentes en el medio oriente, y me preguntaba si en su cotidianidad habrá espacio para apreciar las manifestaciones artísticas. Mientras escribía estas letras comentaba sobre el tema, y me dijeron “siempre habrá alguien con un radio encendido en algún lugar”, pero eso me sonó a más a cliché de guion cinematográfico.

En ese instante recordé a Arthur Schopenhauer, a quien conocí gracias a un amigo filósofo/músico, ¡vaya combinación!. A pesar de la importancia que el teórico alemán le daba a la música, porque la categorizaba como un arte superior, sólo admitía su poder de forma unilateral, es decir, para él solo tenía valor en manos del realizador y en las altas esferas de la contemplación artística intelectual. Por ser un pesimista empedernido creía que estábamos inexorablemente condenados a sufrir, de lo contrario nuestras vidas no tendrían peso, y esto implicaría que carecemos de sensibilidad, pero también creía que el efecto emocional de la música en las personas la reducía como forma de expresión.

Mohamed escucha música en su habitación, Alepo, Siria.  (Foto: Joseph Eid)
Yo no creo en las verdades absolutas y menos viniendo de inacabables pugnas filosóficas, me remito a mi propia realidad y lo que alcanzo a observar de los demás. ¿Qué sentido tendría la música si sólo tuviese el propósito de ensalzar la vanidad del artista o nutrir conceptos a través de alegorías y analogías rebuscadas? -para Schopenhauer mientras más explícito era el contenido de las piezas, menos méritos tenían, por eso le tenía tan poco respeto a la ópera, porque expresa ideas y emociones concretas-.

Basándome en los estudios científicos sobre los alcances de la música, desmontadores de tormentos filosóficos, entonces me remitiré a sus efectos emocionales directos como la gran forma de arte y estimuladora cerebral que es, incluso me atrevo a pensar que su repercusión podría ir más allá de unas lagrimillas en medio de un concierto de Coldplay.


¿Por qué son más eficientes los sistemas educativos que incluyen la educación musical en todo su currículo y de manera imprescindible, es acaso una necesidad imperante implementar asignaturas artísticas con obligatoriedad en las escuelas? Yo creo que sí, que mientras haya más formas de expresión la intolerancia se verá acorralada, y así es posible que el pensamiento colectivo se transforme en meras muestras de empatía y solidaridad.

Ahora sí creo fervientemente que en medio de las cruentas guerras e injusticias que azotan el planeta, desde Siria hasta Venezuela, pasando por Rusia, Argentina, Irlanda y Rwanda; hay alguien entonando melodías, escribiendo en restos de hojas o dibujando con cenizas, porque la creatividad nunca morirá, es la mejor manera de aliviar el sufrimiento.

¿Acaso no sería hermoso que después de tanta estridencia se construyeran los acordes de la paz y la melodía de la conciencia, haciéndonos valorar nuestro protagonismo como pobladores de la tierra?. 

Es posible que mis ideas puedan parecer un disparate a los ojos de quienes dedican su vida a mejorar el mundo, al activismo y la militancia política, pero solo propongo encaminar la sensibilidad y la empatía, fomentando la diversidad a través de las artes en la educación, especialmente la música. No digo que sea un método infalible, pero ¿acaso los que se han aplicado hasta ahora son los más efectivos?

Démosle una oportunidad al arte, a la música. Hagamos valer su poder, su influencia sobre nosotros como seres humanos, sin filtros de razas, nacionalidades, poder adquisitivo, creencias religiosas ni condición sexual. Que entre el agresivo retumbar de las armas, el desgarrador sonido de las placas de hielo desprendiéndose en los polos, el íntimo sonar de los estómagos hambrientos o el doloroso y lento crujido de los gigantescos árboles de la Amazonia cayendo como una triste poesía; que sea el lenguaje universal al que se refería Schopenhauer, que predomine nuestra voluntad por salvar lo que queda, porque de seguir así, al final sólo habrá silencio.

- Desiree Duarte,

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